Sin idea, con idea.

Que rara palabra es “idea”

I-de-a.

Y que cabrón es cuando no se te ocurre ni una de esas.

 

Ya se me iba a ir el día sin escribir, estaba resignada y mañana me iba a poner un castigo.

Pero no estoy dispuesta.

De por sí ya es muy mala cosa que hoy, no se me ocurre nada para este proyecto en el que estoy trabajando.

 

Ya esta oscuro afuera.

Son las 6 de la tarde.

Y yo ando genuinamente agobiada.

Ni una sola buena idea.

Ni mala.

Quiero que salga una que me ponga realmente contenta.

 

La verdad es que a veces somos muy benevolentes con nosotros mismos. A veces nos echamos porras por una buena idea, un buen pensamiento, una buena frase, una ocurrencia, algo que aunque sea mínimo, nos parece brillante por un segundo y nos mantiene inflados durante un par de días (o de horas).

Entonces vamos por la calle pensando, “que suerte que soy tan inteligente, que suerte que se me ocurren tan magníficas cosas, soy muy buena en lo que hago… cómo llegue a dudarlo... por bruta, si yo soy muy lista”

Y de repente.

Pow.

Te caes de la silla, del trono, del momento perfecto; porque algo pasa que te recuerda que no eres tan tan tan… sino que eres bastante normal.

Y así te quedarás hasta la próxima buena ocurrencia.

Si sucede.

Hoy todavía no pasa.

Pero no perderé la esperanza.

 

Pienso en esto y me distrae el hecho de que le hace falta una buena lámpara a esta oficina, tengo un foco de hospital que hace pssssss, lo cual es bastante molesto y ya me quiero ir a mi casa para apretar fuertemente los cachetes de mis niños y beberme un tequila con K, quién me dijo que eso iba a mejorarlo todo.

Diego ya duerme oficialmente con su hermana.

Y ya se voltea solito.

Juliana sale de la escuela cuando ya está oscuro y eso la tiene muy desconcertada.

 

Ya me voy.

A ver si mañana se me ocurre una idea.

Si es que hoy no me da insomnio. Y se me ocurre ahí.