Crónicas de una maldormida (siesta en el avión).



Dormirse en el avión, tiene que ser de las cosas más fantásticas que a uno le pueda pasar, mientras va volando.

Y que te toquen 3 asientos pegados, para lograr la mini-cama, es ya ser muy suertuda.

Odio los aviones (creo que lo he dicho en varias ocasiones), así es que dormirme, es la perfecta escapatoria del vuelo.

Además de que tengo el sueño tan retrasado, que ya no existe la posibilidad de recuperar esas horas, en esta vida.

O por lo menos hasta que mis hijos vayan a la Prepa.

Y para entonces mis ojeras pasaran a ser mi trademark.

Están muy moradas.

Así es que una hora en el avión ya es ganancia.

Claro que despertarte por culpa de una perra turbulencia es espantoso. Las méndigas bolsas de aire, me meten unos mini-paros al corazón y no puedo evitar murmurar unos chingadamadres, mientras busco a mi alrededor una cara amable que me diga “it’s going to be ok” pero nunca la encuentro.

Tenía tan pesado el sueño en dicha siesta, que al principio no podía enderezarme para abrocharme el cinturón. Y esto me hizo acordarme de una historia que me contó mi hermano hace años y que hasta la fecha, cada vez que pienso en ella, se me sale una lágrima de la risa. (Dice mi amigo César, que yo reciclo los chistes por años, lo cual es verdad y en mi archivo hay varias puntadas suyas).

Mi hermano tiene un sueño envidiable y se duerme al momento que cierra los ojos. Y en sus trayectos de trabajo (es arquitecto), cuando algún colega va manejando (o incluso cliente), se queda dormido y no puede levantarse. No puede y no puede. Pide disculpas pero no lo puede evitar.

En el avión le pasa lo mismo, y un día de plano no logró levantarse en ninguno de los 4 intentos de la azafata. Las clásicas y groseras interrupciones de estas mujeres que te ven profundamente dormido y aún así te preguntan si quiéres comer, si quiéres algo de beber, si traes el cinturón ajustado o si ya enderezaste el asiento (son horribles).

En ese viaje, Héctor se medio levantaba y volvía a caer de nuevo, e incluso el avión se estacionó, bajaron los pasajeros y la azafata lo tuvo que volver a despertar.

La historia contada con mi hermano haciendo bizcos y cabeceando, de verdad que es priceless.

Y yo que tengo insomnio, que doy 5 vueltas cada noche, para revisar que respiren los niños, que me levanto a escribir pendientes en mis hojitas de colores, que me voy por el calendario porque no me acuerdo de dónde caen las fechas, que busco a medianoche la calculadora para calcular lo de mi nueva hipoteca… envidio a mi hermano.

La única posibilidad de tener un sueño profundo y sin interrupciones, es con ayuda de una pastillita para dormir, con la cual al siguiente día amanezco absolutamente bizca y chocando con todo, mientras encuentro el sartén para preparar el huevo con bola de Juliana.

Así es que en resumen,

Que estos trayectos en avión sirvan de algo.

Aunque llegue a mi junta con un peinado de sinpalabras.

Y con la marca de la almohaditavoladora, en medio de mi cachete izquierdo.

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