Sábado en la nieve (y la puta carriola negra).

El sábado a las 10 de la noche, sentada en mi sofá café, llegué a un par de conclusiones.

Una de ellas, es que quiero tener un coche en NY.

Jamás pensé decirlo, pero mis limitaciones están pisoteando mi ego de todolopuedosola y además mi espalda lo está padeciendo.


Sábado 7 de la mañana.

Quiero mamila (en lenguaje Diego).

Es sábado ¡Quiero mis hot-cakes!, dijo Juliana.


El día pintaba duro.

Las calles estaban absolutamente encharcadas por la nieve en etapa de derretimiento, y mi ánimo no estaba como para maniobrar con la carriola, esperando que alguien se apiade de mi en cada esquina.


A Juliana le entra el mal del encierro los fines se semana, pocas horas después de que amanece.

En ese sentido, el invierno es una putada.


Decidí que si iba a llevar a Juliana a jugar en la nieve, lo mejor era unirme al plan de los Rassinski que incluye todo el gear estacional, además los coches y las sillitas extras para mis hijos.

Pero para ello había que llegar primero a Bronxville.

Con los hijos y con la méndiga carriola.


Así es que alisté la casa, alisté las cosas, alisté a los niños, me alisté yo, tome aire y me puse a Diego en el baby bjorn.

Está tan pesado mi hijo, que tuve que vaciar mi bolsa de mano y quedarme solamente con la cartera y el teléfono.

La carriola pesa de por sí, pues en el compartimiento inferior lleva todos los enceres de Diego, y eso que he perfeccionado el arte de llevar poco en la pañalera.

De hecho maté la pañalera con la llegada de este hijo.

(No sin antes haber malgastado una buena cantidad en una nueva).


Llegué a la esquina a las 12:30.

Lo primero que no preví, es que por más buena onda que sea el taxista y esté dispuesto a ayudar con todo mi cargamento, nomás no saben (de hecho nadie sabe), cerrar y abrir esta carriola.

Y cuando me quise agachar para hacerlo yo, me di cuenta que llevaba varios kilos encima.

Tenía a Diego de cabeza y estuvo a punto de darse la maroma completa y aterrizar en la nieve.


Cambie la maniobra.

Lo acosté en el asiento trasero del taxi y se lo encargué a la distraída de su hermana.

Doblé y guarde la carriola.

La misma acción la levamos a cabo llegando a Central Station.

Y otras dos veces más en el tren.

Luego en el coche de ida y de regreso.

(6 veces de desarmar, doblar, guardar y encabronarme).


La vía 102 era la más subterránea de todas y el elevador no servía.

Yo mentaba madres y Juliana caminaba a modo gallo-gallina, porque se estaba comiendo unas palomitas.

Bajamos a Diego (en carriola) por las escaleras, entre yo y un guardia.


El caso es que para describir la acción de llevar a mis hijos a pasear a la nieve en sábado, sólo se me ocurre una palabra: chingadera.


Malo llegó por nosotros a la estación y de ahí en adelante recibí ayuda desinteresada, el resto del día.

Comimos muy rico, nos bebimos un vino y platicamos muchas horas.

Juliana construyó un fort de nieve con Nico y Verena, y Diego durmió una siestota como las de antes.


La realidad es que fue un día muy bueno.


No está tan fácil la cosa.

Y estoy algo cansada de cargar, armar, cambiar, servir, bañar.

Pero los veo dormidos ahí, con su olor a crema mustela y sus cachetes rosas, y pienso en lo feliz que me hace ser su mamá.


Ya viene K en una semana.

Le voy a proponer el plan del coche.

Y voy a tirar esta puta carriola nomás cumpla Diego un par de meses más.

1 comment:

  1. mira la respuesta a tu vida:
    http://www.albeebaby.com/quinny-zapp-strollers.html

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