70 años.

Mi papá cumplió 70 años el 14 de octubre.

Y ese día me acordé de algo que me paso hace un par de años, cuando yo también me hice grande.

(Me tarde un poco más de lo normal).

Tenía una junta en la oficina de mi papá, pues en la agencia estábamos haciendo un proyecto para ellos.

Recuerdo que llegué, lo salude como cualquier otro día, pase a su baño particular y después nos sentamos en dicha reunión.

Varios fueron tomando la palabra mientras exponían su parte de la presentación y para finalizar la junta, mi papá tomó la palabra.

Se levantó de su silla y caminó por la sala de conferencias hacia el frente.

Lo observé y a los pocos segundos me di cuenta de que su pelo se había puesto blanco.

Completamente blanco.

Pensé “no mames”, a que hora le paso esto a mi papá, si él no tenía ninguna cana.

Me empezó a latir rápido el corazón y me agobie mucho, porque no podía recordar ningún momento de nuestra vida en los últimos años, donde su pelo hubiese estado gris. 

Sólo negro.

Y de pronto, justo ese día, ya estaba blanco.

Mi papa estaba lleno de canas.

Y yo ya no era una jovencita.

¿A qué hora paso eso?

Hoy en día cuando pienso en mi papá ya pienso en él con su barba canosa, su piel bronceada, su pelo blanco y sus lentes.

Y me gusta mucho más esta imagen que la del pelo negro.

La del hombre que sabe, que ha vivido, que ha viajado, que ha luchado, que ha llegado y que ha logrado tanto, tanto.

El admirado y querido por todos.

Mi papá.

Pasamos su cumpleaños en NY y luego nos fuimos a Barcelona.

Nos reímos, comimos, bebimos, paseamos, discutimos, nos contentamos y luego volvimos a comer.

Nada fuera de lo común.

Porque sobre todo, nos disfrutamos.

Mi entrada de hoy es en honor de estos 70 años de mi padre lleno de canas.

Como pasa el tiempo, como crecemos.

Y a mi hoy me toca teñida de pelo.