La hora de la comida...


Desde que mudamos La Colectiva a la Condesa (exactamente a 5 minutos caminando de mi casa) he estado muy contenta, pues mi principal angustia en “la que era nuestra oficina de la Juarez”, era pasar la mitad del día en el tráfico, tratando de evitar las marchas que nos rodeaban por todos los puntos cardinales.
Muy precioso el monumento de la Revolución, muy colorido el barrio, muy cerquita del centro.
Un horror de lugar.

La gente me decía,
¿Los maestros otra vez?
Pero no.
Eran todos. Todos los que quieren y pueden manifestarse, se reúnen siempre ahí.
Y cuando digo todos, digo todos. Los payasos, los jinetes, las nudistas, los bailarines… los amantes de los perros, los amantes de los gatos, los del partido conocido, los del partido menos conocido, los del partido que nadie conoce.

Todos los que marchan, y todos los que marcharon, pasaron a lado de La Colectiva de La Juárez.

Pero ahora no tenemos ese problema.
Ahora tengo lo que siempre pedí, estar cerca de mis niños y comer con ellos diario.
Si señor… lo tengo...
¿En qué carajos estaba yo pensando?

Debería ser una ofrenda, un sacrificio, un castigo medieval, el comer diariamente con los hijos.
Llegan agotados de la escuela, arrastrando la mochila y con la lengua escaldada de las 7 halls que se comieron en el camino. Llegan con ganas de nada y sin embargo los recibe su mami y una sopa de zanahoria.

Y es así como ese momento relajado de la comida, ese momento que odiaba pasar en el Panda Express o los tacos del Caminero, es ahora mi momento más duro de mi día.

Hay juntas malas, hay unas muy malas, hay días que los clientes me odian, hay días en que yo los odio a ellos… pero nada - nada es más duro - que alimentar a mis hijos cada día, a las 3 de la tarde.

Es una sinfonía de odio la sopa, odio la carne, odio la verdura, mamá es que en esta casa se come asqueroso, mamá por qué nunca haces sushi o comida china (como si pudiera), porque tenemos que comer sano, es horrible comer sano, a nadie le gusta, a nadie en el mundo le gusta comer sano… mamáaaaaaaaaaaaaa.

Se paran de su lugar 7 veces, comen con media nalga de fuera,
meten las manos al plato, tiran 6 veces la jarra de agua. La tiran encima de ellos. La tiran encima de mi.

Y ya se, ya se… probablemente tus hijos y los hijos de tu vecina, son un sol y se comen todo, mientras platican de su día, con sonrisas que mantienen aún durante la saga de la tarea.
Pero los míos no. Los míos que son encantadores "casi" siempre, son horribles a la hora de la puta comida.

Ser mamá es una belleza…
Comer con los hijos es un sueño…
Viva la oficina cerca de casa…
¿Cuándo nos mudamos Alfredo?



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