Puto Magic Kingdom.


Yo conocí Disneyworld cuando tenía como 9 años.
Si les muestro las fotos de ese viaje (y lo haré pronto) podrán observar al fondo de nuestro retrato familiar, el mismo castillo de Cenicienta que hoy sigue ahí.

El majestuoso castillo que te recibe al llegar al parque, después de estacionarte en casa de la chingada, agarrar un trenecito, después  el monorriel y pagar 300 dolaritos por familia.
(Eso costó la nuestra)

Y bueno, ahí sigue el castillo, igual que el Space Mountain, la Casa de los Sustos y los Piratas del Caribe.
Todo sigue igual.

Mi muy querida amiga me dice que vale la pena cada visita a Disneyworld, que vale la pena la chinga, solo por ver las caritas sonrientes de los hijos.

Tiene un punto.
Sin duda.
He aquí otro,

Esas caritas sonrientes que se van poniendo sudorosas y rosadas, mantienen el motor de los adultos andando, las primeras 4 horas de colas interminables, de recoger pases para regresar más tarde a los juegos y de varias paletas heladas que dan mucha sed (también interminable).
Las primeras 4 horas de hot-dogs, de sprites y de helados.
Y aun mantienen vivo nuestro motor, cuando los dueños de las caritas sonrientes están chingando en la cola, se escapan, se empujan con los niños de enfrente y se cuelgan de los tubos marranos sudados con las manos de otros niñitos sonrientes, que vienen de todas partes de América.

Y siguen siendo las caritas sonrientes las que te mantienen sin repelar, al sentarte en los asientos sudorosos y empapados de cada juego, donde los papás obesos de los hijos sonrientes, se sentaron antes que tú.

Luego siguen las colas, los niños se cansan, repelan más con sus caritas sonrientes y luego inevitablemente llega la lluvia.
Y acabamos 100 gentes metidas en un techo donde cabrían 10.
Los dueños de las caritas sonrientes son la prioridad para estar bajo el techo, al igual que las cámaras.
Los papás nos empapamos completos.
Luego los hijos se ponen inquietos, se empapa Diego, se empapa Juliana.
Pasan 20 minutos, pasan 30… 45… y las caritas sonrientes ya no me están ayudando.

Corro a comprar impermeables para los hijos y los sobrinos.
50 dólares de plástico que ninguno se quiere poner.
Ya empapados todo da igual, más no nos podemos mojar. 
Baja la lluvia pero no acaba.

Las caritas sonrientes nos motivan a seguir adelante.
Vamos al juego de Buzz Light-year.
Muy mojados adentro del infame aire acondicionado.
Nos congelamos todos. 
Diego ya tiene los labios morados.
Vamos caminando hacia el Space Mountain, entre charcos y atrrastrando los impermeables.
Ya es tarde.

Kiko me pregunta si esto es realmente necesario.
Los dos observamos a esas caritas sonrientes bajo los impermeables.
Decidimos sacrificar el subirnos a la puta montaña rusa.

Cruzamos el castillo, subimos al monorriel, agarramos el tren, llegamos al parking de Pluto y finalmente al coche.
Llevé una muda para todos, pues dos años atrás nos tuvimos que regresar a Tampa sin ropa y con la calefacción.

Nos cambiamos, nos comemos un snack.
Llegamos  a St. Pete y alcanzamos a los abuelos a cenar en Snappers.
Un pescado y un vino.
Los niños se toman el Sprite número 8 del día pero cenan bien.

A las 10 de la noche llegamos a nuestro Magic kingdom en Isla del Sol a dormir.
Las caritas sonrientes roncando.

Siempre digo que no, pero ya sé que en un año más seguramente estaremos de vuelta en Disney.
Aunque muy probablemente no lleguemos al Space Mountain.









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