“You don’t have cancer”

Con esta frase me recibió el doctor ayer en su consultorio.

Fue una visita no planeada (la planeada era el lunes próximo), porque me sentía del culo desde la noche anterior y me entró un miedo bestial.

El Dr. Abrams me hizo esperar 30 minutos en su consultorio, con una calentura que no me pude bajar ni con una sobre-dosis extrema de tylenols y advils.

Ahí estaba yo titiritando de frío en su oficina, con abrigo y bufanda puesta a pesar de la calefacción, cuando finalmente entró y me dijo,

- The good news is no cancer. The biopsy results where good. Bad news is you most probably have the flu.

Y todavía no me había sacado sangre, ni me había escarbado la garganta.

Qué mierda es esto de la influenza.

Te duele todo el cuerpo, el pelo, las uñas, los dientes, la piel, la calentura no se va, simplemente no hay nada que te la quite. Sientes que te vas a morir.

No te puedes mover, no puedes leer, ni ver la tele, no quieres luz, no quieres comer, no puedes hacer absolutamente nada, más que enredarte en las cobijas de tu cama y aullar.

Mis niños no entienden nada, me observan con cara de “qué carajos haces en la cama sin moverte desde hace 3 días”

Agradecida estoy de que mientras yo no me muevo, la que no se ha movido de aquí desde el martes es Eva. Quién aparte de cuidar a mis hijos, me ha cuidado a mí, entre otras cosas, con sus remedios del pueblo, que básicamente consisten en friegas de alcohol hirviendo y sobadas de garganta y brazos con tomates verdes recién asados en el comal.

Y así estoy ahora, enredada en un chal, con olor a salsa verde y llena de semillas, tratando de lograr esta entrada, para por lo menos sentir que algo hice hoy, aparte de quejarme y llorar.

Anteayer me quería morir.

Ayer fue espantoso y criminal.

Hoy está de la chingada, pero va mejor.

Y además no tengo cáncer de tiroides.

Gracias Dios.

Muchas Gracias.