Caminata.

Amanecimos mal dormidos K y yo en Tepoztlán, nos pusimos los tenis y nos lanzamos a la montaña.

El arranque (ya que logras arrancar) casi siempre viene colmado de optimismo y en este caso también de curiosidad, pues me iban a llevar por un camino desconocido.

El comienzo fue un empedrado bastante fácil y llevadero. Con algunos huecos y charcos, además de que yo no llevaba los zapatos más adecuados.
Pero la caminata así, a paso mediano y sin inclinación, te daba espacio para navegar con la mente; comentar algunos puntos y hacer hincapié en los pormenores del recorrido.

Poco después ese mismo camino se convirtió en pendiente, con lo cual la respiración se fue agitando y el corazón nos comenzó a latir cada vez más fuerte.

Llegamos a un lugar que tenía una reja y nos colamos por un hueco.
Entramos en una especie de planicie llena de césped, un paseo de lo más amigable que nos llevo hasta el río.
Y una vez que llegamos al agua, había que encontrar unas rocas que nos ayudaran a cruzar sin caernos.
Equilibrio y concentración. Por lo menos para mi, que se me da fácil tropezarme.

Y de ahí se fue complicando la cosa, sin duda se puso más interesante, pues mi mente estaba enfocada a subir el monte sin darme un madrazo.
Eligiendo caminos, buscando escalones de troncos, buscando piedras firmes, buscando lo que sea que nos pudiera sostener.

Ahí arranco mi miedo, a la caída, a la deriva. A las alturas, a desbarrancarme y no poderme levantar.

Estando ya casi en la cima, estoy a punto de tirar la toalla.
Y en la última roca no me atrevo a cruzar.

Veo hacia abajo y hay solo vacío.
Siento pánico.

K me dice,
- Si no subes a esta última roca no vas a verlo todo.

Le digo,
- Estoy bien, con lo que veo desde aquí, ya es bastante.

Me dice que no.
Le digo que me deje en paz.

Me siento a meditar, a respirar.

Minutos después, veo una roca igual de alta detrás de mí, pero me da menos miedo.
Y me subo.
Llego hasta arriba.
Y veo lo mismo que ve K.
Y lo veo también a él.

Y observo esas dos cascadas que caen del monte.
Y la neblina tocando la cima de la montaña.
Arqueando el cuerpo se ve también el cielo totalmente azul.
Respiro como hace mucho no respiraba.
Y se me salen las lagrimas.
De alegría, de tristeza, de logro.

De ver.
De ver lo mismo.
Y poder ver al otro.

Lamento la cursilería, lamento la analogía.
Pero esa caminata es una cosa muy parecida a la vida de dos personas.
Con sus pedos, con sus caídas.
Agarrarse de donde se pueda, respirar y coger más fuerza.
Porque el amor es una cosa increíble y también una chingadera.

México.
Qué buen encuentro.



3 comments:

  1. Se puede saber cuándo estuviste en México????? yo acabo de regresar de México el domingo, estuve una semana con mi mamá, y la pasé maravilloso, ya sabes que a lo único que no me podido acostumbrar desde hace 7 años que llevo fuera de México es no ver a mi mamá tan seguido como yo quisiera...y esta cursileria se me acentuó obviamente después la la dolorosa partida de mi Papi, hace casi 7 años también. Ufffffffff

    ReplyDelete
  2. es como siempre me he imaginado que deben ser las cosas...y que jodido que algunos todavia estemos esperando al pie de la montaña...o brincando charcos para no madrearnos los zapatos y el corazon...que ganas de escalar y disfrutar de la vista con tu plus one y arquear el cuerpo...esta entrada del blog me arranco suspiros y lagrimita a lo Remi

    ReplyDelete
  3. Flaca!
    Está hermosísimo... valga la cursilería y la analogía, muchos besos preciosa! Te aaaaamooooooo como dicen los pubers, jajaja!

    ReplyDelete

Powered by Blogger.